lunes, 29 de febrero de 2016

¡El día que probé la zanahoria!

Me encantó. Fue espectacular. Qué delicia, tan fresquita, tan crujiente... Fue apoteósico. Mi humana me da cosas ricas. Sigo cambiando la dentadura, y por aquellos días cualquier cosa fría y durita me gustaba. Y me sigue gustando, vamos.

Me afané diligentemente en despedazar, desmenuzar, destrozar, mordisquear y finalmente comer ese  trozo naranja de cosa deliciosa llamada zanahoria.
Pero en trozo grande que poder desmenuzar solo me lo dio un par de veces. Desde que con uno de esos grandes trozos me puse a jugar al fútbol, me da zanahoria, sí, pero cortada en daditos... Un misterio que no logro desentrañar por más vueltas que le doy, con lo divertidísimo que es hacer rodar la zanahoria por el suelo y que se le peguen tooodos mis pelitos que voy esparciendo por el suelo... No puedo entenderlo. Así de simple. En fin...




Seguiremos informando...


Hale! A correr! 

domingo, 21 de febrero de 2016

Royendo y jugando

En mi afán de descubrir el mundo, descubrí que royendo descubría más cosas. Y ya de paso aliviaba las encías, que lo de perder dientes y sacar a relucir los nuevos no es agradable...

A lo que iba, que me voy por las ramas. Roer. Un entretenimiento y un placer. Cuando me canso del ñu (más bien mis humanos se cansan de lanzármelo pasillo arriba, pasillo abajo), me da por roer. Yo lo intento con todo lo que pillo, pero recientemente descubrí que a mis humanos no les divierte tanto que yo vaya mordiendo todo lo que encuentro. He descubierto que hay cosas que sí puedo morder, otras que no, y otras que no pero que me da igual y las muerdo (o lo intento) igualmente.

Cojín después de mi hazaña
El caso es que con ciertas cosas mis humanos se cabrean mucho, cosa que no consigo entender, con lo divertido que puede llegar a ser roer en manada... En fin, cosas de humanos.
Pasó, lo de que se cabrean conmigo, con eso blandito donde ponen la cabeza, el cojín. Tiene una cosa dura entre tanta blandura que me atrajo irremediablemente. Y roí y roí... Y me regañaron porque al parecer se estropeó. Pero otro día agarré otro, y roí y roí... Y me volvieron a regañar. Y llegué a la conclusión de que no les gusta que haga eso. Por si acaso no he vuelto a intentar roer otros cojines.
También pasa con las cosas que se ponen ellos en las patas de abajo para andar por casa. ¿Zapatillas? Sí, creo que se llaman así. Cada vez que me ven con una de esas cosas en las fauces, me regañan mucho y yo corro más y me persiguen hasta que la suelto. Aunque después vuelvo a por ella. Y vuelta a empezar. Me asusto un poco cuando me riñen, porque gritan, pero después solo queda en el susto. Ya sé que cuando la dejo en el suelo la tormenta pasa. Ilusos...

A veces me dan cosas que sí puedo morder y roer a mi antojo, como aquel palito de madera que sale al final de mi primera entrada en este blog, que roí y roí hasta que desapareció. ¿Donde acabaría?

Un día, con poco más de dos meses de edad (ya tengo cinco meses y medio, ya soy mayor), estuve jugando con una cosa pequeña y más o menos redondita, una especie de minipelota, chiquitita y resbalosa, con la que me lo pasé muy bien... Aquí abajo la prueba de lo que digo.


Y otras diversas cosas roídas, mordidas y probadas en otros diversos días que quedarán para próximas diversas entradas de estas que son mis aventuras.

Hale, a correr!

domingo, 7 de febrero de 2016

Líquido que cambia de color

Aquel momento fue memorable. Según oí decir días más tarde a mis humanos, porque en el momento que lo hice creo que no les pareció tan fantástico.

Una mañana nos levantamos todos. Me dieron de comer, unos cuantos mimos y luego mi humana se fue a la cocina, esa habitación con tantos cacharros raros y donde siempre huele a algo delicioso. Yo detrás, observándolo todo. Puso en marcha uno de esos cacharros, le añadió un polvo marrón en un cacito, colocó el cacito en el cacharro, pulsó un botón y el cacharro empezó a hacer un desagradable ruido y a escupir un líquido oscuro y humeante en un par de tazas que mi humana, estratégicamente, depositó en el lugar exacto para recoger ese líquido. Volvió a pulsar el botón y el cacharro enmudeció. Después abrió la puerta esa de la que sale frío y luz y sacó el cartón con líquido blanco, creo que lo llaman "leche". Muy rico ese líquido. Me gusta. El caso es que mezcló el líquido negro y humeante con el blanco y frío en las tazas (y ¡oh, misterio, cambió de color!), les añadió un polvo blanco y los removió con una... ¿cucarachilla? No, no, eso es otra cosa... ¡Cucharilla! Sí, eso. Después nos fuimos de la cocina a la habitación guay, "salón" la llaman.
El líquido marrón

Sus caras de deleite me daban a entender que eso era una delicia, así que en cuanto mi humana dejó su taza de líquido marrón sobre la mesita baja que tenemos ante el sofá y se retiró un momento, yo corrí cual rayo, me alcé sobre mis patas traseras, coloqué las delanteras en la mesa y metí el hocico en la taza antes de que ninguno de mis humanos pudiese hacer nada por evitarlo. ¡Menudo revuelo formé!
Mis humanos primero gritaron y después explotaron en carcajadas. Yo correteaba relamiéndome mientras ellos se preguntaban qué había pasado, no-sé-qué de hacer más... ¿"café"? y decían entre risas lo trasto que soy y que no tengo arreglo...

Lo dicho, un momento memorable.


PD: Estaba rico el líquido ese marrón y calentito. Tendré que intentar repetir.

Hale, a correr!